Directora: Laura Mora Ortega
Año: 2017
País: Colombia
Protagonistas: Natasha Jaramillo, Giovanny
Rodríguez
Desde la estrategia del caracol, no
me había conmovido tanto una película colombiana como esta de "Matar a Jesús". Haber
vivido en Medellín permite conocer la dualidad de una ciudad que se comporta
como el personaje del libro “El Dr. Jekyll y Míster Hyde”, que muy bien refleja
la cinta.
A partir de una historia personal, el
asesinato del padre de Paula la protagonista, en el año 2002, se nos muestra la
realidad de Medellín. José María, que así se llamaba, estaba vinculado con la
universidad pública, en una época de enfrentamiento y connivencia entre
distintos bandos: guerrilla, mafia y paramilitares que impedían clarificar los
motivos de muchos de los crímenes cometidos.
A partir de la muerte del profesor y
la búsqueda de venganza por parte de Paula, la directora logra capturar
esa otra urbe más allá del mundo sicarial, aunque el protagonista, Jesús, es un
sicario; más allá de los estereotipos de la mafia y de los paramilitares, que,
aunque no evidentes, están presentes. Esa perspectiva, con una mirada de realidad,
pero también de compasión, es el mayor logro.
Los giros que surgen cuando Paula
hace contacto con Jesús, le imprimen un ritmo muy dinámico a la película. El
temor de que lo peor puede suceder en cualquier momento, mantiene la tensión.
El escenario que sirve de fondo es el de una ciudad que limita las
oportunidades para muchos jóvenes; donde matar se puede convertir en un trabajo
como cualquier otro; donde las diversiones se reducen a beber, fumar marihuana
y ver fútbol; donde la mamá es el único lazo afectivo serio.
Mantener la película al límite, sin
estereotipos y sin caer en el camino fácil del romance o de la violencia explícita,
lo logra la directora explorando los sentimientos de sus protagonistas. Hace
visible el amor a la familia de un hombre que aparentemente es un monstruo, no
para justificarlo sino para entender su historia. La escena en el
cuarto de Jesús, cuando este le ofrece una tasa de agua panela a Paula, como
muestra de apoyo, después de que ella fue robada y golpeada, es un ejemplo.
Las situaciones dependen en buena
parte de las circunstancias, y la película invita al espectador a evitar
los juicios sobre los personajes. Para el sicario un asesinato es un trabajo y
morir asesinados es su destino, para Paula la búsqueda de la verdad por su
cuenta, ante la inoperancia de la justicia, es un compromiso con ella y con su
padre.
La sed de venganza que empieza siendo
el leitmotiv, termina cediendo paso a la compasión y el perdón para frenar la
violencia, pues cuando Paula tiene la ocasión de ejecutarla, renuncia a ella. De
hecho, la escena final, cuando Paula bota el arma, es un símbolo para abrir
espacios diferentes a la venganza. Como lo dijo su directora en una entrevista
"esta es una película sobre resistirse a la violencia”.
La historia hace recordar a un
escritor como Fernando Vallejo, quien describe a una Medellín capaz de grandes
sacrificios, que genera ternura, pero que al mismo tiempo es foco de violencia
y de venganza, en medio de la desigualdad.
Hay unas imágenes muy bellas, cuando
los protagonistas aprecian la ciudad desde una planicie o las tomas nocturnas que,
a través de las luces, nos muestran un territorio densamente poblado.
Igualmente, hechos muy propios de la cotidianidad paisa como las motos y
bicicletas descendiendo de las lomas, los bailes en las calles en diciembre o
el rezo de la novena en las casas. En contraposición, hay escenas muy
oscuras que se vuelven pesadas como la de los bailes en los bares.
Alrededor de Paula y de Jesús, ambos
actores naturales, gira toda la película. La actuación de Jesús, un joven sin
educación, que a pesar de su oficio es capaz de tener sentimientos nobles, luce
muy auténtica. La de Paula se destaca en su dolor a través de los silencios.
La música se acompaña muy bien en
momentos clave cuando se apagan las voces de los personajes y solo se
oye la música de fondo; en la muerte del profesor, por ejemplo, cuando madre e
hija lloran, o en el recorrido en taxi en medio de las risas, cuando Paula y
sus amigos van a bailar.
En resumen, una historia muy bien
contada, a partir de la cual se describe una Medellín donde a pesar de la
violencia, queda espacio para el amor y la belleza.